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Nuestra historia

Este espacio acompaña a la población granadina desde hace casi cuatro siglos, cuando se fundó como una ermita en 1650.

Amparo Inés González Castro narra en sus investigaciones que, a principios de un siglo XVII que será muy convulsionado, la ciudad contaba con más de 30.000 habitantes. Era un centro administrativo de primer orden, atrayente para jóvenes, y alrededor de un 10% de sus habitantes eran agricultores.

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En un paraje al noroeste de la ciudad, cerca de donde se ubicó el hospital de la lepra, en aquella época existían unas eras en las que se separaba el grano de la paja de diversas cosechas. Allí, al pie del camino que conducía a los cercanos pueblos de Pulianas, Güevejar y Cogollos de la Vega, se levantó una cruz y se le incorporó la figura de un Cristo Crucificado. Llevaba una inscripción que decía “Cruz de las Eras” y hasta el día de hoy se conoce a ese entorno como Las Eras de Cristo.

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Posteriormente, hacia 1650, siendo arzobispo de Granada don Martín Carrillo Alderete, juntos con los muchos labradores que poblaban aquellos campos se levantó un modesto templo en honor a San Isidro Labrador. En principio no fue considerado templo parroquial, pero fue engrandecido por las visitas de muchos granadinos y los viandantes que hacían las rutas hacia Jaén y las distintas provincias de Castilla.

 

En 1972, debido a un proceso de expansión de la ciudad, el Arzobispo granadino D. Emilio Benavén reordenó los territorios parroquiales y elevó este templo a parroquia. Se le asignó parte de San Ildefonso y de San Agustín, llegando a ocupar un territorio de cinco kilómetros cuadrados y componiendo su feligresía una población próxima de dos mil habitantes.

Riqueza cultural

Continuando con la descripción de González Castro, el interior del templo es de una gran sencillez y grácil. Responde a un plan simbólico de cruz latina, de una sola nave de ladrillo y argamasa. Consta también de un pequeño crucero rematado por un retablo original de la época y en el que sobresalen adornos policromados en verde y oro. Hacía 1941-42, el arquitecto Francisco Prieto Moreno realizó obras de ampliación en las que resultaron dos capillas laterales, en las cuales se colocaron sendas piezas de retablo rococó, de época posterior al del frontal y procedente de otro templo.

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El espacio interior está decorado con lienzos de la escuela granadina, de entre los que se destaca: un Señor Crucificado, de los estudios de los hermanos de Rojas o de Cano (del siglo XVII), una Inmaculada o Anunciación que evidencia ser de Atanasio Bocanegra o de su propio taller, una Virgen sentada con el niño (de final de siglo XVI) y la imagen de Nuestra Señora de la Cabeza hecha en 1754, compañera de la de San Isidro (de finales del XVII), ambas en el altar mayor.

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Con respecto a las cuatro capillas colaterales a lo largo de la única nave del templo, poseen transparentes o ventanas que dan mayor luminosidad, además de albergar distintos elementos. En la primera capilla colateral derecha hay un confesionario que podría datarse de 1940, mientras que en la primera colateral izquierda está la Pila Bautismal, de metal de fábrica contemporánea. En la segunda capilla colateral derecha hay una pintura de Cristo llevando la Cruz sobre un altarcito y, finalmente, en la segunda colateral izquierda hay otro altarcito con un retablo con una hornacina con una representación de Jesús.

Reflexión

“Esta Ermita y más tarde Iglesia forma parte también de la historia de una parte de la Granada artística del Barroco, con lo que podemos comprobar que hasta las menos opulentas construcciones de carácter religioso no dejan de tener su importancia tanto histórica como artística.

 

Cierto es que se daba la grandiosa y perfecta construcción religiosa; pero también las edificaciones más humiles (ermitas) propias también de esta época, hasta el punto de que con ello tocamos uno de los rasgos más definitorios de esta sociedad. Por tanto, en las edificaciones religiosas convivirán los más diversos grados y condiciones, tanto de las construcciones que para llevarlas a cabo encontraron una necesidad mayor de cuantía económica como en las que esto no era posible e incluso se enfrentan con la paralización de sus obras hasta épocas más prósperas y propicias.

 

Y, con todo, con todos estos contrastes, con todas estas limitaciones, al final de esa vida religiosa del Barroco y con su vivir cotidiano estamos ante una estampa de nuestro ayer, que debiera ser mejor conocida, porque a la postre las edificaciones de menor envergadura son una de las grandes protagonistas también de nuestra historia, incluso desde las mismas sombras en que entonces les tocó vivir”

 

Amaro Inés González Castro (“Evolución de la ermita de San Isidro desde su fundación hasta la actualidad tomando como hito el Concilio Vaticano II”, 2004)

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